Yo tuve la suerte de criarme con tres «mamás», mi madre Alida, la original, mi hermana Susana, de la que ye he contado varias anécdotas, y mi otra hermana, Judith, la negra de la familia. Judith me lleva 17 años, una barbaridad. Cuando yo nací ya Judith estaba en la Universidad (por que ella era muy precoz, leyó como que a los 3 años, y se graduó de bachiller a los 15, la pobre) y sus amigos bromeaban que yo era un hijo oculto de ella. Y la verdad, como digo al principio, algo de razón tenían.
Judith era la que me sacaba a pasear cuando era chamo, la que me llevaba a la playa de Marina Grande los fines de semana, la que me palanqueaba para meterme en equipos de béisbol, la que me llevaba para su oficina y me daba plaquitas de colores Pantone para entretenerme, la que me llevaba a comer helados a Tutti Frutti, así me cayeran mal. También fue la primera workaholic que conocí, a muy temprana edad.
Yo no podría tener más de 5 años, pero recuerdo cuando estaba haciendo su tesis de la universidad como si fuera ayer. La casa se llenaba de gente para ayudarla en su tesis, que para mi consistía en una gran maqueta (aunque estoy seguro que era más que eso), la mayoría cortando cartones y ensamblando casitas, o carritos, o arbolitos, o cualquier otra cosa que tuviera una maqueta de una futura Arquitecta, pero otros brindándole apoyo emocional, por que aparte de la maqueta, lo otro que recuerdo eran sus crisis nerviosas, cuando se encerraba en el baño, gritaba durante 5 minutos desaforadamente, y luego salía como si nada a seguir dibujando planos o armando las piezas que los amigos seguían recortando sin mencionar nada de los gritos. Lo interesante es que Judith ha seguido siendo así toda mi vida, y no me refiero a la parte de los gritos (aunque no lo descarto) sino a lo apasionada, comprometida y enamorada de su trabajo. Yo creo que algo me quedó a mí de ese ejemplo, aunque nunca a su nivel.
Judith también era la que me exponía a la música caribe, a Rubén, a Willie Colón, Juan Luis Guerra. De hecho es por Judith que tenía contacto con la música cuando era niño, por que fue la que compró el primer equipo de sonido de verdad en la casa. Y algún disco coleado de rock había, alguno de Led Zeppelin, otro de Queen, pero lo de la negra es la pachanga, vamos a estar claros. Yo no soy muy tropicalero, y para bailar no estoy muy mandado, pero si no fuera por Judith es poco probable que hubiera estado expuesto al Buscando América y a su mensaje latinoamericanísta.
Y a pesar de que hoy en día la situación del país me hace desconfiar que algún día encontraremos esa América donde suenen las campanas para celebrar, no puedo negar que esto también forma parte de mi identidad.
El Padre Antonio Tejeira vino de España,
buscando nuevas promesas en esta tierra.
Llegó a la selva sin la esperanza de ser obispo,
y entre el calor y en entre los mosquitos habló de Cristo.
El padre no funcionaba en el Vaticano,
entre papeles y sueños de aire acondicionado;
y fue a un pueblito en medio de la nada a dar su sermón,
cada semana pa’ los que busquen la salvación.
El niño Andrés Eloy Pérez tiene diez años.
Estudia en la elementaria «Simón Bolivar».
Todavia no sabe decir el Credo correctamente;
le gusta el río, jugar al fútbol y estar ausente.
Le han dado el puesto en la iglesia de monaguillo
a ver si la conexión compone al chiquillo;
y su familia está muy orgullosa, porque a su vez se cree
que con Dios conectando a uno, conecta a diez.
Suenan la campanas un, dos, tres,
del Padre Antonio y su monaguillo Andrés.
Suenan la campanas otra ves
del Padre Antonio y su monaguillo Andrés.
El padre condena la violencia.
Sabe por experiencia que no es la solución.
Les habla de amor y de justicia,
de Dios va la noticia vibrando en su sermón.
Suenan las campanas: un, dos, tres
del Padre Antonio y su monaguillo Andrés.
Suenan la campanas otra ves
del Padre Antonio y su monaguillo Andrés.
Al padre lo halló la guerra un domingo de misa,
dando la comunión en mangas de camisa.
En medio del padre nuestro entró el matador
y sin confesar su culpa le disparó.
Antonio cayo, ostia en mano y sin saber por qué
Andrés se murió a su lado sin conocer a Pelé;
y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez
estaba el Cristo de palo pegado a la pared.
Y nunca se supo el criminal quién fue
del Padre Antonio y su monaguillo Andrés.
Pero suenan las campanas otra ves,
por el Padre Antonio y su monaguillo Andres.
Suenan las campanas
tierra va a temblar
suenan las campanas
por amërica
suenan las campanas
oh; virgen señora
quien nos salva ahora
suenan las campanas
de antonio y andres
suenan las campanas
ven y oyela otra ves
suena la campana
centroamericana
suena la campana
por mi tierra hermana
mira y tu veras
suena la campana
el mundo va a cambiar